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Esta historia la he contado pocas veces, y cuando lo
hice fue a personas cercanas a mi entorno. Días atrás me sugirieron en mi
familia contarla a todos, y me pareció una buena idea, así que acá la publico.
Cuando comencé a practicar Karate de niño, realmente no
entendía mucho lo que hacÍa, solo me interesaba aprender y estar en muy buen
estado físico, entrenaba y entrenaba en todo momento, y prestaba mucha atención
a los distintos profesores que nos dictaban clases, no sabia nada de distintos
estilos de Karate, asociaciones, o federaciones, para mi era todo igual.
Recuerdo que en el instituto también se enseñaba o
habían enseñado Yudo, que entre nosotros tampoco sabia que diferencia tenia con
lo que yo hacia, en fin, solo practicaba, esto de estudiar las artes marciales,
su historia y diferencias surgió muchos años después en mi.
Ignorante del magnífico mundo en el que me había
metido, un día llegue al dojo mas temprano que de costumbre, había quedado en
encontrarme con un amigo de prácticas llamado Carlos Soria, al entrar al
vestuario estaba totalmente solo, pero me llamo la atención un bolso apoyado en
uno de los bancos del lugar, me senté y comencé a sacar mi traje y cinturón de
mi mochila, no recuerdo bien que color de cinto tenia pasaron muchos años, ya
que estoy hablando de la década del 70, De repente se abrió la puerta del baño
y salio un hombre vestido con saco y corbata, al mirarlo noté que era japonés,
recuerdo que pensé quien será, seguro es un profesor, pero nunca lo había
visto, él me miro y sin decir palabra se dirigió hacia el bolso que estaba en
el banco.
Yo que era muy vergonzoso, me di vuelta y me puse a
cambiar de ropa.
Este señor tomo un palo largo que había en un rincón y
comenzó a descolgar con el palo uno de los trajes que pendían de un caño a gran
altura y donde los practicantes dejaban sus trajes de practica.
El palo tenia un gancho en la punta el que hacia fácil
el enganchar la percha y recoger los trajes. Este señor descolgó dos trajes,
uno de ellos tenia enganchado un cinturón negro, en ese momento fue donde
confirme que era un profesor, una vez que bajó los trajes comenzó a doblarlos
para guardarlos, de repente giro rápido su cabeza hacia mi, yo estaba siguiendo
todos sus movimientos atentamente, y cuando me miro quedé petrificado, el muy
tranquilo me pregunto: ¿hace Karate? Yo con mucha vergüenza le conteste: si, él
miró mi cinturón y dijo: ah… ya es Kiu, yo lo confirmé con un movimiento de mi
cabeza y una pequeña sonrisa, el prosiguió: ¿y le gusta? yo solo atiné a decir:
si me gusta mucho, practico todos los días.
El sonrió y siguió doblando los trajes, yo comencé a
hacer el nudo de mi cinto, tomé un poco de coraje y le pregunte: ¿usted es
profesor? El levanto la cabeza, me miro sonrió nuevamente y dijo: ¿usted quiere
llegar a profesor? Yo le contesté: si, me encantaría enseñar, ya estoy dando
clases a los principiantes en la sala cuando el instructor encargado no puede
venir.
Él contesto: muy bien, y siguió acomodando sus trajes,
yo ya había terminado de hacer todo y realmente podía haber entrado a practicar
a la sala, pero estaba haciendo tiempo fascinado porque hablaba con esta
persona que era el primer oriental al que le había dirigido la palabra en mi
corta vida.
El volvió a mirarme y me dijo: veo que vino muy
temprano, a lo que yo contesté: si siempre soy el primero en llegar, quiero
aprender, recibirme pronto y comenzar a dar clases.
Fue en este momento cuando paso algo asombroso,
mientras yo decía esto a él se le cayo en cinturón negro que estaba enrollando
para guardar junto con los trajes, yo tuve un rápido reflejo me agache y recogí
el cinturón y se lo entregué, él tomó el cinto entre sus manos, lo miro durante
un instante, levantó su vista y dijo: tome, cuando su maestro le otorgue el
grado de profesor ya tendrá el cinturón.
En ese momento mi mente quedo paralizada, no podía
salir del asombro, el extendió sus manos y lo colocó en las mías, que no
reaccionaban por una rara mezcla de asombro y vergüenza, solo atine a decir:
no, no gracias, entonces colocó el cinto sobre mi bolso y dijo: para que no
deje de practicar por ningún motivo y cumpla su deseo de llegar y enseñar.
Yo estaba totalmente mudo, él muy tranquilo terminó de
cerrar su bolso, me miró y dijo con una pequeña sonrisa: ¿como se llama? Yo con
voz temblorosa conteste: Néstor, el sonrió y solo dijo: buenas tardes, y se
marchó, yo todavía petrificado por la experiencia solo atiné a decir: chau, ja
ja, hoy recuerdo eso y me digo que burro como le contesté diciendo chau.
Recuerdo que tomé el cinto en mis manos que todavía
temblaban de los nervios y lo guardé en mi bolso, en ese momento entró mi amigo
Carlos, y detrás de él uno de los practicantes mas avanzados de apellido
Olivera, saludé a ambos y le pregunté a Olivera:¿vió a la persona que salio
recién, y me contestó: ¿el japonés? es Yamamoto, el Sensei Yamamoto de Yudo. Y
acotó: se va a Japón y después de gira a otros países para dar clases, es un
genio el japonés.
Cuando llegué a casa les conté emocionado esto a mis
padres, recuerdo que mi padre me dijo: viste, tenés que practicar hasta llegar,
no dejes, no seas tonto.
El tiempo pasó, nunca mas lo volví a ver. Al crecer y
comenzar a estudiar las artes marciales y su historia comprendí quien era este
famoso maestro, y guardé el cinturón hasta que lo pude lucir al frente de mi
primera clase.
Nunca usé otro cinturón, en estos 34 años de dar clases
nunca me he puesto otro cinto, me ha acompañado en todas mis exhibiciones,
torneos, películas y serie que he realizado, solo en el espectáculo del Luna
Park, en el 2007, llamado el Golpe Del Dragón, lucí el de franjas rojas y
blancas, el mismo que uso hoy en día solo en ocasiones de protocolo, pero mi
corazón está en este viejo y gastado cinturón de yudo, el que me acompaña en
todo momento y en todas las clases.
Al enterarme de la muerte del maestro Yamamoto hace un
par de años, recordé esta historia y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Hoy sigo mi práctica día a día, con este cinto que es
mucho más valioso que el de franjas, y siempre pienso en ese maestro, que al
obsequiarme el cinturón marcó mi camino para siempre.
Muchas veces mis alumnos me han obsequiado cintos
negros en alguna ocasión especial, yo los acepto y los guardo, y cuando gradúo
a alguien en el grado de 1ª dan se lo obsequio.
Ningún cinto, así sea bordado en oro, logrará suplantar
al de Sensei Yamamoto.
Estoy seguro de que él tendría varios cintos, así como
trajes de práctica, pero este para mi es único.
Gracias maestro Yoriyuki Yamamoto, 9º dan de Yudo, por
indicarme el camino.
Sensei Néstor Varzé 8º Dan Shuri Te Karate Do
SHIHAN YURIYUKI YAMAMOTO 1933-2011
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